Muchas veces me he preguntado, qué tan importante puede ser la utopía en
el ejercicio de la profesión docente. Para un refinado intelectual de la
corriente del pragmatismo, la respuesta
será muy simple: ninguna. Para los desbordados académicos fundamentalistas:
sólo retórica.
Gracias al cielo nunca falta un poeta; un vendedor de sueños, como el
del relato de Cury; o un niño entre 2 y 98 años de edad, que sabe interpretar
claramente, y sin esfuerzo, el dibujo de Antoine de Saint al comienzo de su obra
El Principito, para quien la respuesta puede ser más estrepitosamente
trascendental: La utopía es el principio
que potencia la Verdadera Educación.
Quizás porque no deja de gustarme el Principito; tal vez sea porque me
cansé de sentirme un “programado” del sistema, o probablemente porque Martin
Luther King logró influenciar mis cosmovisiones y paradigmas con su célebre
discurso “I have a dream” (Tengo un Sueño), lo cierto es que hoy me uno a esta
cruzada por la utopía, no para vivir de fantasías inalcanzables y escapar de lo
absurdo de esta realidad que atenta contra la esencia del ser humano, sino para
asumir el compromiso de vivir plenamente con los pies sobre una estrella, y no
conformarme con lo cotidianamente circunstancial.
Tal vez sea una osadía de mi parte, pero me sigo atreviendo, como Luther
King, a soñar. Y sueño que soy una parte pequeña, pero útil y necesaria, para
consolidar una institución donde aprender sea una actividad constante, tanto de
alumnos como de profesores. Un centro educativo que sea capaz de romper las
obsoletas, vetustas, anacrónica, descontextualizadas y ya caducas, estructuras de poder que discriminan entre el
directivo y el docente, entre el docente y el obrero; entre alumnos “buenos” y
alumnos “malos”; donde nuestro trato con el compañero de trabajo sea
espontaneo, transparente, sin trampas y sin los empinados pedestales de papel
de nuestros currículos; o peor aún, los dígitos de las cuentas bancarias.
Perdonen que me exceda, pero sueño que el liceo se convierte en un
verdadero emporio del conocimiento donde cada día entendemos más, y mejor, que
la mayor escala de la sabiduría es saber
con humildad.
Veo
una institución donde el respeto, el buen trato, la comunicación asertiva y la
sana convivencia, no solo se pregonan en las carteleras y en los trípticos,
sino que se leen en las actitudes de quienes hacemos parte de la comunidad
educativa, o dicho de manera más utópica: de esta familia Luberista.
Sin embargo, debo confesar que mi mayor utopía es lograr soñar en
equipo; soñar en colectivo, soñar que juntos podemos alcanzar nuestros sueños.
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