No sé si a ustedes les pasa, pero estoy cansado del
exceso de diagnósticos y la contrapartida de la poca o nula acción para resolver
los problemas educativos. YA SABEMOS que los jóvenes tienen problemas de
rendimiento escolar. YA SABEMOS que existen los problemas de disciplina (o de
"convivencia", como se dice ahora). YA SABEMOS que la mayoría de los
padres es bastante responsable de lo que pasa (precisamente por ser
irresponsables). En fin, YA SABEMOS de los problemas originados en la soledad
de los chicos, en la sobrevaloración de lo sin valor y la desvaloración de lo
valioso.
También sobran los pronunciamientos sobre lo que
debe ser la escuela, sobre los objetivos a lograr, sobre las situaciones
ideales bastante establecidas que constituyen las metas educativas.
Casi todo eso
está bien. Pero... ¿cuándo actuamos? ¿Cuándo tomamos medidas concretas para que
los problemas se vayan solucionando o, al menos, paliando? ¿Cuándo habrá un
movimiento concreto de voluntades y acciones para aplicar los remedios?
Los problemas que hoy educativamente nos persiguen
vienen de años atrás, pero desde que yo recuerdo, los momentos dedicados a la
reflexión educativa institucional o jurisdiccional se han gastado en
diagnósticos y declaraciones, muchos ya sabidos y callados, mientras que la
realidad pasa por el costado.
Los inconvenientes están lejos de solucionarse con
inversión material. Es necesario un aumento urgente de humanización, que los
docentes, padres y alumnos, sean buenos docentes, padres
y alumnos; y que los responsables de la educación (comenzando por los
padres y siguiendo con los docentes, directivos, supervisores y
autoridades jurisdiccionales, con distintas responsabilidades) no sólo se
preocupen, sino que por fin se OCUPEN.
Sigamos diagnosticando sin brindar soluciones
efectivas, mientras que el paciente se nos enferma cada vez peor.
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