En
educación, hoy se habla mucho, pero
se escucha y se dialoga muy poco. En general, es el maestro el que habla y los
alumnos repiten sus palabras. La pedagogía está penetrada por una gran
verborrea hueca. Los educadores deben aprender a callarse y escuchar mucho más a
los alumnos. Escuchar antes de diagnosticar, de opinar, de juzgar. Escuchar nosólo
las palabras, sino el tono, los gestos, el dolor, la ira, los miedos, el rubor
tímido.
Escuchar
para comprender y así poder dialogar. El diálogo exige respeto al otro, humildad
para reconocer que uno no es el dueño de la verdad, que el alumno acude al acto
educativo con saberes, vivencias y puntos de vista que el educador debe tomar
en cuenta. El diálogo implica búsqueda, disposición a cambiar, a “dejarse tocar”
por la palabra del otro. Hay que aprender también a escuchar el silencio, para
poder escucharse, y germinar en él palabras verdaderas, coherentes,
germinadoras de aliento y vida.
Frente
a un mundo y una cultura en la que triunfan los charlatanes y los mentirosos,
debemos cultivar una pedagogía de la palabra como expresión de vida,
palabra-testimonio.
Reflexiona internamente
¿Escucho realmente a los alumnos, a los compañeros,
a los padres y representantes?
¿Escucho para comprender y así poder dialogar y ayudar?
¿Soy capaz de escuchar mi silencio para conocer qué
se oculta detrás de mis acciones, mis poses, mis palabras?
¿Me siento realmente escuchado y comprendido por mis directivos y
compañeros?
¿Enseño a mis alumnos a escuchar, qué hago para ello?
¿Qué propongo para avanzar realmente en una pedagogía de la escucha?
Fuente: A. Pérez
Esclarin. Las 5 vocales de la pedagogía (2002)
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