La joven se encontraba
recostada en el verde pasto, mirando cómo pequeños rayos del sol trataban de
entran por las hojas de aquel viejo árbol. El fresco viento de la tarde besaba
sus sonrojadas mejillas, y algunos pájaros cantaban. Todo a su alrededor era
perfecto. Pero en su interior todo era tristeza. (Nota: “Todo era un caos” línea
original del texto).
Ella recordaba como hace
mucho tiempo atrás. Tal vez había ocurrido meses atrás o semanas, desde aquel (“fatídico”) día había perdido su percepción del tiempo. Allí en
el mismo lugar en el que ahora se encontraba había encontrado su felicidad, y también
había encontrado el dolor.
La joven recordó con lágrimas
en aquellas hermosas palabras de amor, tímidas y torpes saliendo de los labios
de su amado, mientras sus mejillas se teñían de un profundo color rojo. Aquel
color que le recordaban los frutos rojos que daba aquel árbol de manzanas (Nota: “árbol de cerezas” línea original del
texto).
Memorias lejanas. Sueños con
finales felices. Una historia de hadas para ella, en la que su príncipe azul la
rescataba del malvado dragón. Pero que equivocada estaba, su príncipe se convirtió
en aquel malvado dragón del que tanto logró huir.
Sueños con trágicos finales.
Historias de hadas convertidas en cuentos de terror en tan poco tiempo. Allí,
donde se encontraba, ella había perdido las esperanzas que habían crecido tanto
hasta alcanzar el cielo.
Lagrimas surcaban sus
mejillas una oscura tarde de invierno. La nieve caía en pequeños copos que
adornaban su cabello, haciéndolo lucir como un oscuro ángel. Las palabras herían
más que el frío viento que golpeaba sus mejillas con fuerza y que congelaba
hasta lo más profundo de su ser. Tantas promesas rotas, promesas que habían hecho
bajo aquel árbol de frutos rojos.
La joven veía con tristes y
opacos ojos cómo algunas hojas caían revelando a su vista aquellos frutos rojos
que tanto amaba y que tanto empezó a odiar (Nota: “que tanto odiaba”), pues le
recordaban a aquel joven de mirada lejana y triste que quería dejar en el
olvido.
Su deseo de olvidar y tratar
de ser feliz era tan grande como aquel sentimiento que había en su corazón por
aquel joven.
Suspirando, se colocó de
pie, deteniéndose para contemplar aquella fría piedra, donde escrito con finas
y pulcras letras el nombre de su amado. Acomodo aquellos frutos rojos que tanto
odiaba y amaba cerca de la fría piedra (texto añadido), y como acostumbraba
hacer desde que aquel joven le dejó,
depositó un beso. Su corazón cada vez dolía al recordar su pérdida, pero ella trataría
de cumplir la promesa que su amado le pediría una fría tarde de invierno.
“Si tanto me amas. Si tu
amor por mí es tan grande, entonces prométeme que tratarás de olvidar el dolor
de mi partida, trata de ser feliz por mí”.
Con un silencioso adiós se marchó.
Dejando detrás de si el aroma de aquellos frutos rojos, y el recuerdo de un
amor eterno.
Hana Kasumi
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