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lunes, 15 de junio de 2015

Hacia la Perfección


Te espero fuera

(Libro: La seducción de Dios) de Alessandro Pronzato

 

Viernes

 

Cuando tú vayas a rezar entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre que está en lo escondido... (Mt 6-6).

 

No. No vengo a molestar. Te has metido detrás de la puerta, siguiendo la amonestación del Señor. Y yo me quedo tranquilo y paciente fuera.

Te espero. No te preocupes, estoy dispuesto a esperar horas, días enteros. Me impaciento, me pongo nervioso cuando alguien se retrasa dos minutos a una cita, pero si uno está orando no me importa y soporto todos los retrasos.

Pero sábete que te espero. Fuera.

Ni siquiera vengo a controlar lo que haces y cómo te comportas en la iglesia. No me interesa. De rodillas, recogido, con las manos juntas, rostro absorto, postura compungida, no son cosas de mi competencia, y además son relativamente fáciles y me puedes engañar con toda tranquilidad.

No. Te espero fuera de la iglesia.

Pero, una vez fuera, estate atento porque seré despiadado al mirarte, controlarte, examinarte, juzgarte y, si llega el caso, hasta condenarte.

Tengo derecho a ver si has rezado de verdad o más bien te has entretenido con fórmulas devocionales insípidas.

Tengo derecho a comprobar si la oración sirve para algo.

Y hago este examen observando tu vida.

Has aceptado el riesgo de la oración y no creas que vas a salir bien parado con facilidad. El «peligro» comienza después. Cuando sales. Entonces te haces un «espectáculo público para ángeles y hombres» (1 Cor 4, 9). Con los ángeles te las arreglas tú. En cuanto al mundo y a los hombres, si me permites soy uno de ellos,

y entonces tienes que contar también conmigo.

Así pues, te espero fuera.

Yo, enfermo.

Yo, viejo.

Yo, muchacha.

Yo, doctor.

Yo, mujer de la limpieza.

Yo, uno de tantos que encuentras durante tu jornada.

La cita con quien ha rezado no es en la iglesia, sino en la calle, en los pasillos, en clase...

Ahí te quiero examinar de una manera despiadada. Quiero comprobar si eres el mismo de antes o si has cambiado.

Si te veo egoísta, duro, injusto, indiferente, mezquino, cargado de resentimientos, falso, envidioso, puntilloso, vanidoso, soberbio, entonces estoy autorizado a dar un suspenso a tu oración.

No me vengas con historias. Has dicho oraciones, pero no has orado. O sea, no has encontrado a Dios. Has encontrado su caricatura, su falsa imagen (posiblemente fabricada por ti). O quizás te has encontrado a ti mismo, y has aprovechado la ocasión —una vez más— para complacerte, para adormecerte, para establecer con tus defectos, con tus faltas un pacto de no agresión.

No te has dejado transformar por Dios. A lo más te has defendido de él rabiosamente.

No te creas que vas a hacer de mí lo que quieras.

No eres capaz de estar fuera como se debe, en la calle, por los pasillos, en la clase, en la cocina...

Tu oración es equivocada. De hecho tus oraciones lo son.

Has rezado mal. Puesto que te comportas mal.

No eres capaz de estar con Dios. Puesto que no sabes estar con los hermanos.

El que ora —recuérdalo— se hace un personaje público, un «expuesto» a las miradas de los demás.

Así pues, te espero fuera. Allí es donde se revela la oración en lo que es. Allí es donde viene juzgada la persona de oración.

Quien afronta el riesgo de estar dentro para orar, debe salir de allí transformado, diverso. En una palabra, convertido.

Si no es así...

 

¡Vuelve dentro inmediatamente!

Sábado

Orad incesantemente... (1 Tes 5, 17).

Perseverad en la oración (Col 4, 2).

...Si no es así, no. No digo que sea mejor no volver a pisar en la iglesia para orar. Y ni siquiera —como alguno se atreve a insinuar en ciertos casos— que deberías rezar menos y buscar, más bien, ser mejor.

Es como decir a un peón de albañil que, extenuado, deja caer el saco: come menos y preocúpate de rendir más en el trabajo.

O también a un estudiante poco inteligente: estudia menos y sabrás más.

Debes, por el contrario, volver «dentro», precipitadamente.

Vuelve dentro, por favor.

Debes orar más. Sobre todo, debes orar mejor.

Insiste. No lo dejes.

Cuando se mira con prismáticos, si la visión resulta confusa, no se tiran los prismáticos. Se intenta, más bien, graduarlos.

He dado un suspenso a tu oración, porque he visto tus acciones turbias.

Ahora con más razón debes ajustar tu oración. O mejor: ajustarte tu mismo en la oración.

Porque puede ser fácil — ¡y cómodo!— quedarse al abrigo de la oración. Así te defiendes de sus efectos inquietantes, de su acción profunda, de su labor transformadora.

Y, después, se cierra el paraguas y vuelve a quedar al descubierto el habitual muestrario de defectos, el viejo personaje ya conocido, cuya cerrazón no ha sido ni siquiera rozada por la oración.

«Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro» (Sal 4, 7).

Ciertamente, todo el problema de la oración está precisamente aquí: dejarse iluminar, curar  y transformar por la luz delrostro de Dios.

Las verdaderas «exposiciones» son las nuestras.

Ciertas personas piadosas, aman, defienden y echan de menos las exposiciones del santísimo Sacramento —el sacramento del ocultamiento...— y por su parte dan la impresión de querer esconderse...

¡Qué contrasentido! El sacramento del ocultamiento, expuesto. ¡Y las personas, escondidas, resguardadas, ocultas!

Exponte, pues, sin miedo a la luz del Señor. Aunque sea una luz inquietante, indiscreta que va a escudriñar en ciertos rincones de tu corazón donde existen desórdenes que... no están del todo mal.

No temas esa luz penetrante, insistente.

Sólo después de largas, repetidas, interminables exposiciones, caerán de tu rostro las máscaras, se romperá la dureza de tu corazón de piedra, y saldrás completamente transformado, distinto. Convertido.

Entonces podrás emprender tranquilamente el camino.

Y todos entenderán que la oración —la verdadera— jamás es inofensiva. Es más, representa la fuerza más radical y revolucionaria.

Quizás, la prueba más cierta de una oración auténtica es precisamente ésta: su peligrosidad.

O sea, peligrosidad para quien ora, que se ve obligado a aceptar los cambios más dolorosos, los desprendimientos más lacerantes, una conversión continua.

Peligrosidad para los otros. Los cuales deberán hacer cuentas con una persona convertida.

Y son cuentas de las que se sale... con los huesos rotos.

2 comentarios:

  1. Excelente la elección de esta reflexión para animarnos a crecer en la Fe. Gracias profesor Jorge Iglesia por aportar tanto a nuestra Institución. Docentes como usted son los que se necesitan para transformar la practica cotidiana en VERDADERA EDUCACIÓN.

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  2. Gracias profe Edgar. A usted debo parte de esta entrada porque me habló de ella. Ahí vamos y seguimos

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Esta institución, nacida del corazón de esta comunidad de San Jacinto, vio sus primeras luces de la mano de aquel grupo de pioneros docentes y de estudiantes que hoy son parte de una generación que ha construido el país, permitiendo que aquel pequeño pulso de hombres y mujeres progresivamente fuese creciendo para conformarse como una de las instituciones que acogen un número significativo de estudiantes de las distintas partes de la zona en la que se ubica.

Han sido años muy importantes, las generaciones pasadas han logrado al menos transitar en dos o tres oportunidades con nuevos hijos de esta nación, la cuna del aprendizaje les llevo de la mano hasta cruzar la meta deseada e iniciar la gesta en una forma que no cansa.

El corazón de los docentes de hoy, viven embargados en sus corazones del mejor afecto presente y de quienes ya pasaron, así mismo, los docentes que partieron al otro lado del camino, son recordados con afecto por esa labor imborrable que demarcaron sus vidas.

Si bien, esta institución ha transitado por momentos complejos en función a hechos violentos que siempre son lamentables, la realidad es que el balance permite determinar que nuestros éxitos han sido mayores que nuestros errores, es posible que no todos sepan de nuestras glorias, pero hemos sido determinantes en espacios donde pocos han logrado.

Nuestros estudiantes y docentes han sido distinguidos en diversas oportunidades por alcanzar metas que otras instituciones escasamente han conocido, de las manos de estos hijos han salido las obras del trabajo coordinado. Las glorias del éxito han sido llevadas hasta más allá de las fronteras del país.

Sirva esta ventana digital para mostrar al mundo, que somos una comunidad de docentes, estudiantes, personal administrativo, de mantenimiento, directivos y demás quienes todos los días arreamos el sol para iluminar nuestros esfuerzos.