Escribir
Si leer enriquece al hombre porque le permite combinar su inteligencia con la
del escritor y así formar un relato único que transforma, cuán importante será
entonces el oficio de escribir. Escribir es el retorno del leer, es volver
sobre caminos ya recorridos y hacerlos a la inversa mediante creaciones
propias. Por eso solo de lectores frecuentes nacerán escritores competentes.
Los escritores son grandes moldeadores del pensamiento. Son termómetros de
nuestra realidad. De ahí la importancia de que cada país cuente con su arsenal
de escritores, quienes observarán, meditarán y plasmarán lo que somos y lo que
nos rodea en un momento histórico determinado. Una sociedad sin escritores es
el resultado de una sociedad que lee poco, pero también que observa poco, que
reflexiona poco, que se encuentra entre limbos sujetos a los vaivenes de una
cotidianidad donde lo extraordinario está vinculado al espanto y a la reacción
y no a la belleza ni al pensamiento.
Con apuro
Por otra parte, los escritores son reflejo de lo que somos. Hoy es
frecuente observar ciertos narradores que atropellan tramas para contar
desenlaces con apuro.
Vemos escritores sin tiempo para describir, limitando sus ambientes a aquellos
necesarios para que sus personajes puedan vivir apretados en un espacio
reducido. Hay mucha prisa en la narración, semejante a la del transeúnte que a
diario vemos en las calles de cualquier ciudad del país. Acción y reacción,
espanto y susto, golpe y dolor. Hoy son raros los estilos como el de Gallegos,
surgidos de la Venezuela rural de 1929, cuando en Doña Bárbara la
belleza y la trama juegan a dúo y el lector participa de ellas mediante una
visión detallada y compartida. Hoy no encontramos relatos así porque el país no
es así. No hay tiempo y la urgencia y la inmediatez lo inundan todo. Es
innegable que las realidades son distintas y así quedan plasmadas en esas
letras que descifrará el ojo del lector. Un lector que vive en un mundo veloz,
similar al del escritor que lo describe.
Del hogar
Por tanto, si en nuestra conciencia está el deseo de evolucionar como país,
como familia y como individuo, el cultivo del hábito de la lectura, así como la
formación humana en los valores y en la fe, debe venir intensa y constantemente
del hogar, de ese espacio seguro y estable donde se forjan las personalidades y
los sentimientos. Por eso, aquel tímido libro al fondo de la bolsa plástica de
los útiles escolares debe tener un destino más digno que el mero olvido hasta
la apurada y temida hora del examen en el lapso.
Lo importante, lo vital, es que padres e hijos busquen espacios para
cálidas y silentes compañías en la tarde de un sábado o en una noche
cualquiera, en la que el televisor haga silencio, el teléfono se ignore e
Internet se adormezca, a fin de forjar la próxima generación de lectores y
escritores venezolanos.
Aquellos que observarán con mente y espíritu crítico nuestro entorno, que
lo describirán en crudos relatos para alertarnos de nuestros errores o que
idearán mundos mejores para estimularnos a crecer. Venezuela necesita de
aquellos que sueñen y retraten un país más justo, más colorido, más grande,
pero sobre todo más posible. Esa urgente tarea está en las manos de nuestras
familias y nunca es tarde para comenzar.
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