Parto de una pregunta: ¿qué hacemos para que los
estudiantes quieran estudiar?
Es interesante la pregunta, porque no es posible preguntar esto
otro: ¿qué hacemos para qué los estudiantes se interesen por aprender? Al hecho
del que partimos es que a los estudiantes no les interesa estudiar, yo agregaría otro hecho, a los estudiantes sí les
interesa aprender. Entonces, si les
interesa aprender, pero no estudiar, puedo concluir en dos afirmaciones:
1.
Hay algo en estudiar que no se relaciona con aprender y que no les
interesa.
2.
Hay aprendizajes en el estudio que no les interesan.
Suponemos que todo lo que los estudiantes tienen que estudiar es
necesario para la vida ciudadana, porque algunos de nosotros lo han pensado y
se ha consagrado. Sin embargo, el hecho es que ellos observan que la mayoría de
los que terminan la escuela no triunfan como les muestran la televisión y la
opinión. Más bien observan que algunos no terminan la escuela y triunfan. Por
lo tanto, iguales oportunidades tiene el que no estudia y el que estudia.
Conclusión: para qué estudiar, o, si me obligan, por qué esforzarme en
estudiar.
Por otro lado, muchos estudiantes tienen que ganarse la vida desde
antes de terminar la escuela, o tienen problemas en casa que anulan el esfuerzo
que puedan hacer. Y contra ello, ellos solos no pueden.
El problema de interesar al estudiante en el estudio (una
redundancia contradictoria, parece) es equivalente a la del adulto que se
interese por un trabajo que no ha elegido o que no le gusta pero que debe
continuar.
¿Cuál es
la solución?
La solución, en líneas generales, suponiendo que nada cambie en el
contexto, es alimentar la necesidad del estudiante por aprender, aunque sea
selectivamente. Hacer del aprendizaje una cuestión de vida o muerte
("muerte" en el sentido de pérdida de identidad, que para el
adolescente es lo que cuenta). Y nosotros, como docentes, convertir el estudiar
en un aprendizaje guiado antes que en una obligación.
Ahora, esto es fácil de decir pero difícil de llevar a cabo. Quizá
los estudiantes tengan algo que decir en cómo pueden aprender mejor algo que no
les gusta y hacer de la vida estudiantil una convivencia con una meta común. Lo
que es difícil igual, pero "una pena compartida es más llevadera",
digo.
En otras palabras, mientras involucremos a la mayor cantidad de
personas en el problema, preocupadas y dispuestas a ayudar, las posibilidades
aumentan. El problema de interesar al estudiante por seguir el camino de la
escuela debe ser un asunto de padres, maestros y comunidad, porque ellos son el
futuro de la misma sociedad.
Si bien éste es un planteamiento bastante común, no es una
solución. Es, más bien, una condición. Lo que se necesita para que los
estudiantes quieran estudiar pasa por dos posibilidades:
La primera opción es…
Si van a estudiar algo sobre lo cual no hay forma en que se
interesen, se emplean formas de persuasión. Antes de la conciencia del niño
como ser humano, eso pasaba por castigo físico, ahora, se buscan formas de
“engatusamiento”, en el buen sentido de esta palabra. Sin embargo, hay saberes
y aprenderes que no se alcanzan sin obstáculos y displacer (para no decir
esfuerzo y pena y dolores), saberes y aprenderes que son necesarios pero nunca
serán agradables, por alguna razón real. Digamos que el aprendizaje del error y
la mentira (en sus consecuencias), por ejemplo, o la memorización de las tablas
de multiplicar (si no encontramos forma para deducirlas o derivarlas de manera
feliz). La pregunta es aquí: ¿por qué el estudiante haría el esfuerzo o
soportaría el dolor de ciertos saberes y aprenderes? Supongo que eso sucede
cuando el estudiante alcanza a ver un bien mayor más allá del momento del
“sufrimiento”, es decir, cuando el estudiante es capaz de vivenciar un
horizonte temporal suficientemente amplio para darle sentido a ese obstáculo.
Pero no basta con esa conciencia, debe ser capaz de autocontrol, de reorientar
sus pulsiones momentáneas o de engañarlas o de convertirlas en algo
distinto. Aquí siguen las preguntas: ¿cuándo aprende el estudiante la conciencia
de un horizonte temporal y el autocontrol? No suele ser parte de nuestra
enseñanza, se consigue sin saber cómo y por eso ni se consigue en la mayoría de
los estudiantes. O lo consiguen solos, si les pique el bichito de un hobby o
una pasión. Es el aprendizaje de las actitudes. El pariente pobre de la
enseñanza actual.
La segunda opción es…
No sirve sin la primera, creo. Es acercar el estudio al
estudiante: recrear los planes de estudio según los cambios en la mentalidad
del estudiante. Por ejemplo, los planes de estudio por objetivos o por
capacidades son adecuados para una sociedad donde el trabajo es modular, tipo
línea de montaje. En estos momentos, se tiende a una visión holística de la
actividad social, en parte debido a los cambios en las posibilidades de
comunicarse e interactuar. Hay que estudiar del mismo modo y los contenidos
deben estructurarse así, digamos, en un currículo organizado sobre la base de
proyectos y no sobre áreas de conocimiento. Se aprende por situaciones y no por
temas, me parece.
Finalmente, ahí lo dejo, para repensarlo.
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